No pocas veces habrás escuchado, amigo lector, algún hermano creyente quejarse de que la Iglesia parece haberse convertido en una ONG y ha olvidado lo más central de su misión, Dios y el anuncio de su Palabra. Cuantas veces habremos oído en los últimos meses las cifras que dedica la Iglesia a servicios sociales, a la enseñanza, los millones de euros que se ahorra el Erario Público gracias a la acción de la Iglesia etc. Cifras y cifras que tienen su importancia social y que son el auxilio de no pocas personas, con nombre y apellidos. Pero parece que la misión de la Iglesia queda defraudada detrás de tantas cifras. ¿Dónde está lo sagrado? ¿Dónde el anuncio de la salvación? ¿Acaso no necesita el hombre algo más que pan para vivir?
Por otra parte, no es extraño oir quejas en otro sentido: ¿hay belleza en la liturgia cuando damos la espalda al mendigo que está en la puerta del templo? ¿Tiene sentido la contemplación en medio de la miseria y la injusticia? ¿No habíamos quedado que el sábado estaba hecho para el hombre y que podíamos quebrantar los formalismos sagrados cuando se trataba de dar de comer al hambriento?
Se trata de dos posturas que hoy dan pie a la división y al enfrentamiento entre creyentes. Alguien dirá que son dos extremos y que hay que buscar un punto intermedio. Pero no es exactamente así.
Estoy seguro que esta contraposición le recordará al lector el famoso pasaje de la visita de Jesús a casa de Lázaro, cuando se encuentra con sus hermanas Marta y María (Lc 10, 38-42). La primera se afana en ser la perfecta anfitriona, sirviendo a su invitado. Su hermana María, sin embargo, se sienta a los pies del Maestro y le escucha ensimismada. La acción y la contemplación. ¿Cuál actúa de mejor manera?
Jesús parece tomar partido por María, de la que afirma que se lleva la mejor parte. Sin duda es así, lo cual no quiere decir, sin embargo, que la conducta de Marta sea errónea. Tal vez lo sea su actitud, pero no su conducta. Es decir, que la mejor parte sea la de María no quiere decir que la de Marta no sea necesaria, sino que es menos importante. Por tanto, aquí la media aritmética entre las dos hermanas no nos sirve. Entonces, ¿en qué quedamos?
Precisamente, el evangelio de Lucas nos sirve para corregir el error. El error de pensar que hay dos formas de hacer Iglesia, la que se centra en Dios y la que se centra en los hombres, preferentemente en los pobres. No hay tal dualidad ni se puede elegir entre ambos extremos. El punto medio no es aritmético, como no lo era entre las dos hermanas. Leamos el pasaje de Lucas de nuevo. ¿Cuál es el elemento central, el punto medio entre Marta y María? Efectivamente, el centro entre ambas es Jesús. Jesús reúne en sí a Dios y al hombre, a la contemplación del Padre y a la entrega por los demás. La aritmética del creyente no está ni en los informes económicos ni en las visitas a los templos. Está en la Encarnación. Jesús nos lo deja claro a poco que queramos oírlo. Sabemos que la parte buena es la que escoge María, pero la tarea de Marta es necesaria. El resto de instrucciones, en el Evangelio.
Totalmente en la linea de Joan Mesquida. Pienso que nos es del todo necesario recuperar el concepto de «sacralidad» Desde el Evangelio serviremos a los pobres; desde el Evangelio ejerceremos la solidaridad y nos embarcaremos en cuantos servicios sean necesarios para el bien del hombre. Si no nos alimentamos de Dios nuestra ayuda o solidaridad aparecerá como puramente filantrópica, entonces irremediablemente nos hemos perdido lo mejor y hemos dejado de hacer el mayor bien.
Oración y acción. Necesarias ambas, sin embargo como creyente será la oración el alimento y la acción el fruto. No puedo fructificar si no ahondo mis raíces en Dios.
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