La consultora Ipsos Global Advisor ha publicado una interesante encuesta sobre las creencias religiosas en 26 países realizada a principios de 2023. La publicación se titula Two global religious divides: geographic and generational y puede consultarse aquí.
Les dejo una muestra con uno de los gráficos más llamativos del documento.
La Biblia es el libro más difundido y traducido del mundo, aunque no es propiamente un libro sino un conjunto de ellos, escritos a lo largo de media docena de siglos. Posiblemente también sea uno de los libros más leídos, aunque esa lectura es desigual y, frente a otras confesiones, los católicos tienen fama (bastante fundada) de leerla poco. En la actualidad, la Biblia sigue sin leerse demasiado en países como España pues, aunque es verdad que la Iglesia Católica fomenta su lectura encarecidamente, cosa que no hacía siglos atrás, hoy el número de católicos dispuestos a leerla ha decaído tanto que el efecto de esa promoción apenas se nota.
Pese a todo, la Biblia sigue siendo un libro conocido y discutido, sobre todo en algunos pasajes concretos especialmente famosos (la creación del mundo, la salida de Egipto o todo lo referente a Jesús y su vida). Estos relatos no solo han sido objeto de representaciones artísticas e incluso de películas o espectáculos musicales, sino que a menudo son tema de debate en relación con su veracidad histórica o las diferentes interpretaciones tradicionales que se han sostenido y en la medida que, de una manera u otra, han moldeado el pensamiento occidental. Aun así, a menudo se tiene un conocimiento vago e inexacto de estos relatos, aunque de ese conocimiento nímio saquen sus interpretaciones y sus conclusiones, lógicamente erróneas y absurdas en muchos sentidos.
El caso de los relatos de la creación que encontramos en los tres primeros capítulos del Génesis es paradigmático de lo que estoy explicando. Aunque durante siglos haya sido tomado al pie de la letra, hoy prácticamente nadie sostiene la literalidad de estos relatos en el sentido de explicar el origen del universo o de la vida en nuestro planeta. Sin embargo, no pocos denostan estos relatos tildándolos de textos justificadores del patriarcado y del machismo, por ejemplo, o como una legitimación del expolio masivo de los recursos naturales. Como veremos, nada más lejos de la realidad.
Si preguntásemos a nuestros vecinos o a la gente que vemos por la calle, muchos de ellos, sobre todo si tienen más de cuarenta años, afirmarán conocer el relato de cómo Dios hizo el mundo en seis días y cómo creó a Adán y Eva. muy pocos sabrán, en cambio, que estos acontecimientos realmente pertenecen a dos relatos bíblicos diferentes, pues en el libro del Génesis no hay un solo relato de la creación, sino dos. Y los dos primeros humanos que conocemos como Adán y Eva solo aparecen en el segundo.
El capítulo primero del Génesis relata la creación del universo –los famosos seis días, al que se añade el de descanso– y en esa narración la historia del ser humano tiene un papel destacado pero con cierta accesoriedad. Es decir, el ser humano es creado casi en el último momento, a imagen y semejanza de Dios, para que mande sobre la creación. El humano es pues un elemento creado, pero extraño en el conjunto de la creación, a la que domina por su semejanza con la divinidad. En el segundo relato, en cambio, describe la creación del mundo y de la humanidad de forma muy distinta y dando una mayor preeminencia a los seres humanos. Nos relata el capítulo 2 del Génesis:
Cuando Yahvé Dios hizo la tierra y el cielo, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios modeló al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.
Gn 2, 4b-7
Como vemos, en un mundo prácticamente sin vida, Dios crea al ser humano con la tierra existente. Una vez creado, Dios planta un jardín en Edén con toda clase de criaturas y en el que sitúa al hombre. Aquí no se indica nada de que el ser humano sea semejante a Dios ni se habla de una relación de dominación hacia lo creado. Pese a todo, hay un elemento importante y es que, en la creación de los animales, Dios cede el poder de darles nombre a aquel, con lo que de alguna manera lo hace partícipe de esa creación. Con ello el ser humano pasa a ser un colaborador de Dios en la creación del mundo, lo que entre otras cosas deja entrever que esa creación bíblica no es estática sino dinámica, inacabada y en evolución, algo que curiosamente resulta perfectamente compatible con las hipótesis evolucionistas que la ciencia actual sostiene como las más plausibles. Pero estas disquisiciones podría ser objeto de otra entrada.
Volviendo a la creación del hombre, observemos que este surge de la acción de Dios sobre la tierra (en hebreo adamah), de la que es creado el hombre (Adán). Adán, en hebreo, significa hombre o humano, en un sentido genérico, opuesto a lo no humano, no a la hembra. Hombre y mujer en el sentido sexual tienen en hebreo otros nombres (ish e ishá). El castellano no diferencia casi entre el concepto referido al ser humano respecto del espécimen masculino. Tenemos la distinción entre hombre y varón, pero es este último un término cada vez menos usual y por eso en las Biblias no suele traducirse ese matiz de forma clara como ocurre con otros idiomas, como el griego -que diferencia entre anthropos y aner– o en latín –homo y vir-.
Esto es importante para entender la continuación del relato y tener claro que la creación de Adan se refiere a la especie humana en general, sin que en ese momento exista una distinción sexual. Esa diferenciación vendrá después:
Se dijo luego Yahvé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Y Yahvé Dios modeló del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Le quitó una de las costillas y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada».
Gn 2, 18-23
Dios crea el ser humano como un ser vivo destacado del resto, pero se da cuenta de que se siente solo. No es suficiente para aplacar esa soledad la convivencia con otros seres diferentes, sino que necesita la complementariedad de otro semejante. El humano de la Biblia no es un ser solitario, sino alguien que es propio de él relacionarse con otros, comunicar, hacer uso de un lenguaje y, en definitiva, crear cultura, un aspecto que claramente nos diferencia de otros seres vivos. El humano es un ser relacional y, por ello mismo, diverso. La diferenciación entre varón y hembra cumple esta directriz, pues ambos se complementan y permiten una plenitud recíproca.
Es importante observar que en todo este relato no hay el menor atisbo de dominación o preeminencia de uno sobre otro. Cierto que Adán aparece ahora sexuado como varón y que Eva surge de una costilla de aquel. También podría haber imaginado el narrador hebreo una especie de división parecida a la mitosis celular y que a Adán le diera un tembleque incontrolado hasta dividirse en dos seres distintos, pero posiblemente hace dos milenios la imaginación no daba para algo tan cinematográfico y propio de nuestro tiempo.
El orden natural de la creación parte de esa armonía querida por Dios. La mujer y el hombre se complementan encontrando así su plenitud existencial. No se trata de una necesidda biológica: el ser humano podía sobrevivir en su forma originaria, pero se sentía solo, su humanidad no era plena. Solo somos humanos en la medida que reconocemos a (y nos reconocemos en) otra personas.
Pero la realidad no es esta. Los humanos desde hace siglos nos relacionamos, pero en esa relación hay también dominación, opresión y violencia. la Biblia no desconoce esa realidad y la explica a partir del relato del primer acto de desobediencia que se da al comer el fruto del árbol prohibido. Con la desobediencia del ser humano, el orden primigenio se quiebra y Dios expulsa a sus criaturas del paraíso tras sentenciar lo que sigue:
A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará». Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos, y comerás la hierba del campo. Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás».
Con ese pecado, se instaura un nuevo orden, pues la potencialidad del mal no va a desaparecer del horizonte humano. El hombre dominará a la mujer y este, a su vez, será un miserable dominado por otros hombres y por la propia creación. La dominación entre sexos o la alienación y la opresión de la humanidad no es el orden natural de la creación, como muchos piensan que la Biblia sostiene, sino el efecto de la mala elección humana en el ejercicio de su libertad.
En ningún caso estamos ante un tratado de historia. Se trata de un relato mítico en el que se condensa una profunda lección de antropologia. De todas formas, mi pretensión aquí se limita a poner un ejemplo de cómo la Biblia a menudo no dice aquello que muchos piensan, como que nos muestra un Dios masculino institucionalizando un patriarcado, aunque indudablemente esta interpretación haya existido y haya sido dominante durante siglos. Por tanto, si tuviera que sacar una conclusión de todo ello, esta no puede ser otra que invitarles a ir a la fuente principal, al texto bíblico, sin temores ni prejuicios, como si fuera la primera vez que lo leen. Con calma y tomando notas en una libreta, buscando algún buen comentario o un diccionario bíblico. Y exploren el texto, conscientes de que nadan en aguas en las que no van a hacer pie.