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Mes: junio 2023

Los pecados capitales (2): la pereza

La pereza, el segundo pecado capital sobre el que trataremos, es uno de los que causan más rechazo en nuestra sociedad.  Si lo tuviéramos que definir de una forma rápida, diríamos que la pereza consiste en tener pocas ganas de trabajar, pero también consiste en hacer las tareas a desgana, como quien arrastra pesadamente los pies. Y es que hay distintas variedades de pereza.

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No es lo mismo levantarse tarde de la cama un domingo por la mañana, que dejar de ir a trabajar o dejar que las cosas de casa se estropeen por un mal mantenimiento. Muchas actitudes perezosas provocan un fuerte rechazo social, sobre todo cuando nos encontramos ante una persona improductiva, alguien que sin una razón clara no trabaja ni estudia y vive de los familiares o de alguna prestación social.  En una sociedad en la que nos definimos por lo que producimos y por nuestra capacidad de consumo, estas personas son rápidamente etiquetadas de insolidarias y son marginadas. Una marginación que suele ser irremisible, pues a diferencia del religioso, el dogma económico no entiende de perdón ni redención. En el mundo actual, si no eres productivo, eres una carga.

Pero dedicar nuestra vida a ser productivos tiene también sus inconvenientes. El filósofo coreano Byung-Chul Han afirma que hoy vivimos en lo que denomina muy gráficamente la sociedad del cansancio y por eso defiende la conveniencia de detenernos un poco y dejarnos llevar por la pereza, evitando así las frustraciones y la fatiga que más pronto o más tarde todos acabamos sintiendo.  Actividades como la contemplación, la meditación y el dejarse llevar sin hacer nada pueden resultar, explica Han, de lo más reconfortante. Propuestas que nos recuerdan los ideales de la vida monástica o la soledad silenciosa del eremita, que deja pasar los días orando y buscando lo mínimo necesario para llegar al día siguiente.  Adquiere la pereza un toque casi virtuoso, lo que nos lleva a preguntarnos sobre su verdadera naturaleza. Al fin y al cabo, si este estilo de vida materialmente poco productivo era antes un ideal cristiano, ¿por qué nos dice la Iglesia que la pereza es un pecado?

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Resulta curioso que santo Tomás de Aquino en su Suma de Teología no se refiera directamente a la pereza, sino a la acedia, que podemos definir como una sensación parecida al tedio o al amodorramiento y que supone una falta de ánimo y fuerzas para seguir adelante con el plan de vida trazado. En los tratados antiguos sobre la vida monástica, la acedia era la modorra que sentían los monjes hacia la mitad de su vida, cuando empezaban a dudar de si el camino que habían iniciado en su juventud tenía realmente un sentido.  En una visión más actual, el barcelonés Oriol Quintana identifica la acedia con la crisis de los cuarenta, cuando muchos individuos se plantean si de alguna manera su vida monótona y repetitiva no ha dejado tener sentido, aunque en la mayoría de casos, este planteamiento suele venir acompañado por una insuperable pereza a mandarlo todo al garete e iniciar un nuevo camino vital. Desde el punto de vista de Quintana, la acedia no sería una opción esencialmente mala y de hecho a menudo sirve para practicar una actitud saludable como es la de conformarse con lo que uno tiene y evitar, por ejemplo, un divorcio, la ruptura de lazos afectivos o dejar de golpe y porrazo un trabajo estable y bien pagado.

La visión de santo Tomás es muy diferente a la de Quintana. El aquinate entiende la acedia como el dejar de hacer lo que es bueno. Observemos aquí un importante detalle: pecamos, no cuando dejamos de hacer lo que tenemos el deber de hacer, sino aquello que es bueno para nosotros.  Este matiz es muy importante y tiene mucho que ver con la idea de la libertad que tenía santo Tomás y, más de una docena de siglos antes, Aristóteles.  Para estos autores, la libertad no es la capacidad de decidir entre hacer las cosas bien o hacerlas mal, ni de aquello tan manido de que cada uno pueda hacer lo que quiera siempre que no perjudique al resto.  Al contrario, la libertad es la capacidad de la persona de hacer lo que es bueno y nos hace feliz. La libertad no es un fin sino el medio para decidir hacer lo correcto. ¿Y qué es lo correcto? Aquello a lo que estamos llamados y que nos permite alcanzar la felicidad más plena. Para Aristóteles, lo bueno es la sabiduría; para santo Tomás, lo es el acercamiento a Dios.

Por esa razón, una persona es libre cuando decide hacer aquello que es bueno —por ejemplo, siendo cada vez más sabia— y alcanza así su auténtica meta vital como ser humano. En cambio, quien no lo hace porque prefiere los placeres materiales, el dinero o el prestigio, no es libre, sino que es un esclavo de sus propias pasiones. Y, precisamente por ser una decisión suya dejarse llevar por esas pasiones, podemos hablar claramente de pecado.

La pereza es, por tanto, un pecado capital grave, pero no por los motivos que nos quieren hacer creer a menudo y que tienden a marginar a aquellas personas que no están dispuestas a someterse a la servidumbre del consumismo y del mercado.  Tampoco pecamos cuando nos da pereza salir de la cama o dejamos de ir un día al gimnasio. En cambio sí pecamos cuando decidimos ver como malo aquello que no lo es y nos dejamos llevar por el camino llano y fácil de mirar de ser como los demás, fingiendo una felicidad que nos aleja de lo bueno y que nos condena al desencanto y la frustración.

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