Saltar al contenido

Categoría: Religiosidad

Encuesta Ipsos 2023

La consultora Ipsos Global Advisor ha publicado una interesante encuesta sobre las creencias religiosas en 26 países realizada a principios de 2023. La publicación se titula Two global religious divides: geographic and generational y puede consultarse aquí.

Les dejo una muestra con uno de los gráficos más llamativos del documento.

Comentarios cerrados

Acercarse a la Biblia

opened book in selective focus photography
Photo by Luis Quintero on Pexels.com

La Biblia es el libro más difundido y traducido del mundo, aunque no es propiamente un libro sino un conjunto de ellos, escritos a lo largo de media docena de siglos. Posiblemente también sea uno de los libros más leídos, aunque esa lectura es desigual y, frente a otras confesiones, los católicos tienen fama (bastante fundada) de leerla poco. En la actualidad, la Biblia sigue sin leerse demasiado en países como España pues, aunque es verdad que la Iglesia Católica fomenta su lectura encarecidamente, cosa que no hacía siglos atrás, hoy el número de católicos dispuestos a leerla ha decaído tanto que el efecto de esa promoción apenas se nota.

Pese a todo, la Biblia sigue siendo un libro conocido y discutido, sobre todo en algunos pasajes concretos especialmente famosos (la creación del mundo, la salida de Egipto o todo lo referente a Jesús y su vida). Estos relatos no solo han sido objeto de representaciones artísticas e incluso de películas o espectáculos musicales, sino que a menudo son tema de debate en relación con su veracidad histórica o las diferentes interpretaciones tradicionales que se han sostenido y en la medida que, de una manera u otra, han moldeado el pensamiento occidental. Aun así, a menudo se tiene un conocimiento vago e inexacto de estos relatos, aunque de ese conocimiento nímio saquen sus interpretaciones y sus conclusiones, lógicamente erróneas y absurdas en muchos sentidos.

El caso de los relatos de la creación que encontramos en los tres primeros capítulos del Génesis es paradigmático de lo que estoy explicando. Aunque durante siglos haya sido tomado al pie de la letra, hoy prácticamente nadie sostiene la literalidad de estos relatos en el sentido de explicar el origen del universo o de la vida en nuestro planeta. Sin embargo, no pocos denostan estos relatos tildándolos de textos justificadores del patriarcado y del machismo, por ejemplo, o como una legitimación del expolio masivo de los recursos naturales. Como veremos, nada más lejos de la realidad.

Si preguntásemos a nuestros vecinos o a la gente que vemos por la calle, muchos de ellos, sobre todo si tienen más de cuarenta años, afirmarán conocer el relato de cómo Dios hizo el mundo en seis días y cómo creó a Adán y Eva. muy pocos sabrán, en cambio, que estos acontecimientos realmente pertenecen a dos relatos bíblicos diferentes, pues en el libro del Génesis no hay un solo relato de la creación, sino dos. Y los dos primeros humanos que conocemos como Adán y Eva solo aparecen en el segundo.

El capítulo primero del Génesis relata la creación del universo –los famosos seis días, al que se añade el de descanso– y en esa narración la historia del ser humano tiene un papel destacado pero con cierta accesoriedad. Es decir, el ser humano es creado casi en el último momento, a imagen y semejanza de Dios, para que mande sobre la creación. El humano es pues un elemento creado, pero extraño en el conjunto de la creación, a la que domina por su semejanza con la divinidad. En el segundo relato, en cambio, describe la creación del mundo y de la humanidad de forma muy distinta y dando una mayor preeminencia a los seres humanos. Nos relata el capítulo 2 del Génesis:

Cuando Yahvé Dios hizo la tierra y el cielo, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yahvé Dios modeló al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.

Gn 2, 4b-7

Como vemos, en un mundo prácticamente sin vida, Dios crea al ser humano con la tierra existente. Una vez creado, Dios planta un jardín en Edén con toda clase de criaturas y en el que sitúa al hombre. Aquí no se indica nada de que el ser humano sea semejante a Dios ni se habla de una relación de dominación hacia lo creado. Pese a todo, hay un elemento importante y es que, en la creación de los animales, Dios cede el poder de darles nombre a aquel, con lo que de alguna manera lo hace partícipe de esa creación. Con ello el ser humano pasa a ser un colaborador de Dios en la creación del mundo, lo que entre otras cosas deja entrever que esa creación bíblica no es estática sino dinámica, inacabada y en evolución, algo que curiosamente resulta perfectamente compatible con las hipótesis evolucionistas que la ciencia actual sostiene como las más plausibles. Pero estas disquisiciones podría ser objeto de otra entrada.

Eve Tempts Adam by Wilhelm

Volviendo a la creación del hombre, observemos que este surge de la acción de Dios sobre la tierra (en hebreo adamah), de la que es creado el hombre (Adán). Adán, en hebreo, significa hombre o humano, en un sentido genérico, opuesto a lo no humano, no a la hembra. Hombre y mujer en el sentido sexual tienen en hebreo otros nombres (ish e ishá). El castellano no diferencia casi entre el concepto referido al ser humano respecto del espécimen masculino. Tenemos la distinción entre hombre y varón, pero es este último un término cada vez menos usual y por eso en las Biblias no suele traducirse ese matiz de forma clara como ocurre con otros idiomas, como el griego -que diferencia entre anthropos y aner– o en latín –homo y vir-.

Esto es importante para entender la continuación del relato y tener claro que la creación de Adan se refiere a la especie humana en general, sin que en ese momento exista una distinción sexual. Esa diferenciación vendrá después:

Se dijo luego Yahvé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Y Yahvé Dios modeló del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Le quitó una de las costillas y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada».

Gn 2, 18-23

Dios crea el ser humano como un ser vivo destacado del resto, pero se da cuenta de que se siente solo. No es suficiente para aplacar esa soledad la convivencia con otros seres diferentes, sino que necesita la complementariedad de otro semejante. El humano de la Biblia no es un ser solitario, sino alguien que es propio de él relacionarse con otros, comunicar, hacer uso de un lenguaje y, en definitiva, crear cultura, un aspecto que claramente nos diferencia de otros seres vivos. El humano es un ser relacional y, por ello mismo, diverso. La diferenciación entre varón y hembra cumple esta directriz, pues ambos se complementan y permiten una plenitud recíproca.

Es importante observar que en todo este relato no hay el menor atisbo de dominación o preeminencia de uno sobre otro. Cierto que Adán aparece ahora sexuado como varón y que Eva surge de una costilla de aquel. También podría haber imaginado el narrador hebreo una especie de división parecida a la mitosis celular y que a Adán le diera un tembleque incontrolado hasta dividirse en dos seres distintos, pero posiblemente hace dos milenios la imaginación no daba para algo tan cinematográfico y propio de nuestro tiempo.

El orden natural de la creación parte de esa armonía querida por Dios. La mujer y el hombre se complementan encontrando así su plenitud existencial. No se trata de una necesidda biológica: el ser humano podía sobrevivir en su forma originaria, pero se sentía solo, su humanidad no era plena. Solo somos humanos en la medida que reconocemos a (y nos reconocemos en) otra personas.

Pero la realidad no es esta. Los humanos desde hace siglos nos relacionamos, pero en esa relación hay también dominación, opresión y violencia. la Biblia no desconoce esa realidad y la explica a partir del relato del primer acto de desobediencia que se da al comer el fruto del árbol prohibido. Con la desobediencia del ser humano, el orden primigenio se quiebra y Dios expulsa a sus criaturas del paraíso tras sentenciar lo que sigue:

A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará». Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos, y comerás la hierba del campo. Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás».

Gn 3, 16-19

Con ese pecado, se instaura un nuevo orden, pues la potencialidad del mal no va a desaparecer del horizonte humano. El hombre dominará a la mujer y este, a su vez, será un miserable dominado por otros hombres y por la propia creación. La dominación entre sexos o la alienación y la opresión de la humanidad no es el orden natural de la creación, como muchos piensan que la Biblia sostiene, sino el efecto de la mala elección humana en el ejercicio de su libertad.

En ningún caso estamos ante un tratado de historia. Se trata de un relato mítico en el que se condensa una profunda lección de antropologia. De todas formas, mi pretensión aquí se limita a poner un ejemplo de cómo la Biblia a menudo no dice aquello que muchos piensan, como que nos muestra un Dios masculino institucionalizando un patriarcado, aunque indudablemente esta interpretación haya existido y haya sido dominante durante siglos. Por tanto, si tuviera que sacar una conclusión de todo ello, esta no puede ser otra que invitarles a ir a la fuente principal, al texto bíblico, sin temores ni prejuicios, como si fuera la primera vez que lo leen. Con calma y tomando notas en una libreta, buscando algún buen comentario o un diccionario bíblico. Y exploren el texto, conscientes de que nadan en aguas en las que no van a hacer pie.

Comentarios cerrados

¿Por qué deberíamos hoy creer en Dios?

Parece que nunca ha sido tan difícil como hasta ahora creer en Dios. Sin embargo, incluso algunos siglos atrás, cuando la religión todavía permeaba buena parte del tejido social, creer en Dios seguía siendo para muchos una tarea complicada. Sin ir más lejos, en pleno siglo XVII Blaise Pascal ofrecía una fórmula sencilla para la desafección hacia la religión que observaba entre sus congéneres: «Volverla [a la religión] a hacer amable, hacer que los buenos deseen que sea verdadera y mostrar después que es verdadera».

Photo by Pixabay on Pexels.com

Un primer aviso a navegantes de la apologética tradicional: aquí el orden de los factores afecta al resultado. Primero hay que promover el deseo y, solo después, acudir a la razón. Desgranemos, pues, los ingredientes de la receta para adecuarla a nuestras necesidades.

En primer lugar, es preciso conjurar la idea de que Dios o la religión es algo contrario a la razón. Que Dios se sitúe más allá de la razón es indiscutible, pero de ello no se deriva que se oponga a la misma. Tampoco la racionalidad humana obliga a rechazar la religión, aunque sí exige una actitud crítica, y esa crítica se vehicula a través del debate abierto y libre, alejado del fundamentalismo y la intransigencia.

Photo by Pixabay on Pexels.com

Es importante pues que la Iglesia se acostumbre a ser un actor más en el mundo para propagar su mensaje y ello hoy solo es posible si acepta las reglas del juego y pasa a ser un interlocutor con las mismas condiciones que los demás. Esto no quiere decir que deba renunciar a su carácter sacramental y a su misión de depositaria y transmisora de la Revelación, pero esa transmisión hoy no es posible si no sitúa también en la plaza pública y en condiciones de igualdad con los demás.

En estas condiciones se abre la posibilidad de que la Iglesia se perciba por las personas ajenas a ella, pero también por sus propios miembros que con frecuencia sienten con incomodidad determinadas actitudes de intransigencia, no como un adversario o un oponente, sino como una alternativa razonable. A partir de esa religión “amable” en el sentido de Pascal, el creyente puede exponer su propuesta liberadora y ofrecer un nuevo sentido a la vida del hombre.

El matiz es importante: mientras que la apologética clásica pretendía esgrimir las armas de la razón para imponer la fe, nuestra propuesta debe ser la de llegar al corazón del hombre, remover su espíritu aletargado para promover en él el deseo de que ese nuevo sentido sea real, de desear que la religión de la Iglesia sea verdadera. al hacer surgir ese deseo, se le abrirá al hombre el camino que le llevará a la fe y que no por ello dejará de ser razonable.

Pero para emprender este camino es necesario promover una disposición especial de la persona hacia una dimensión, la espiritual, que resulta desconocida por parte de la racionalidad científica e instrumental que impera actualmente. Ese intento por estimular la curiosidad por lo espiritual y despertar de nuevo el deseo de Dios no está alejado, creo yo, de lo que el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium denomina, en un fantástico neologismo, primerear, “adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos”, reconociendo que de nada sirven “los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón”.

Photo by Pixabay on Pexels.com

La gran ventaja de buscar el deseo de Dios es que este encuentro inicia un nuevo momento en la vida de la persona, una transformación, pero no deja de ser un inicio, pues el deseo de Dios no se agota jamás. Este carácter inagotable permite que la transformación se realice también en nosotros mismos, en los que en principio estamos llamados a primerear, pues ese alimentar el deseo de Dios debe ser el elemento central de toda actividad pastoral o catequética, mientras que los demás aspectos de la religiosidad serán siempre secundarios o accesorios.

Lo que estoy diciendo puede parecer muy obvio, pero a menudo tengo la impresión de que en algunas partes la religión se sitúa por encima de Dios mismo, que la religión como institución, la Iglesia, los sacramentos, la liturgia, la moral, etc. son fines en sí mismos, corriendo entonces el riesgo de acabar teniendo una religión que puede subsistir sin Dios, como si Dios no existiera o no fuera más que un reclamo para captar adeptos. Es por esa razón fundamental que la transformación que opera el deseo de Dios se ejecute en nuestros corazones y que Dios tenga siempre un lugar central en nuestra vida y en la vida de las comunidades creyentes.

Comentarios cerrados

13 Mallorquines y Dios

Y un decimocuarto mallorquín, Alfredo M. Barceló Morey, un economista que hace unos años se empeñó en recopilar la opinión de un conjunto de mallorquines sobre Dios, de forma muy similar a la que realizó José María Gironella en el conjunto de España a finales de los años 60 del siglo pasado, cuando publicó 100 españoles y Dios.

En lugar de cien, el libro solo ha conseguido reunir la opinión de trece, que no son pocos en los tiempos que corren en nuestra isla. Pero la calidad de los participantes suple con creces ese menor número de participantes. En el libro, pueden encontrar las respuestas de Norberto Alcover, Camilo José Cela Conde, Carlos Garrido, Román Piña y, así, hasta llegar a los trece entrevistados, entre los que tengo el placer de estar incluido. Más allá de las opiniones de cada participante, diversas todas ellas, el libro no deja de ser un retrato de la sociedad isleña actual en la que descubrimos una mayoría de personas que se mueven entre el agnosticismo más o menos indiferente y un teísmo ecléctico y difuso. El creyente católico es una minoría y en no pocos casos participa de la confusión general tan propia de nuestra era postsecular.

Si algo se puede objetar al libro es el de plantear un sesgo que, por otro lado, resulta inevitable, pese a los sinceros esfuerzos del recopilador para minimizarlo. Este sesgo se percibe de forma inmediata cuando el lector ve que entre los trece participantes no hay ninguna mujer. curiosamente, según se concreta en la introducción del libro, no ha habido suerte en este sentido a la hora de conseguir que alguna mallorquina se prestara a este juego, casi descaradamente extravagante, de hablar de Dios.

Por otra parte, los participantes cumplen un perfil muy concreto y que resulta escasamente generalizable. La inmensa mayoría son personas de una trayectoria intelectual reconocida, profesores universitarios o de enseñanza secundaria y con cincuenta años pasados; muchos ya jubilados. Pero hay que entender también que no estamos ante un trabajo de campo en el ámbito de la sociología de la religión, sino ante un intento de reunir a un grupo de personas que se encuentren dispuestas a hablar de Dios. Algo que, salvo contadas excepciones como esta página web, es cada día más insólito.

Les dejo, a modo de muestra, mi intervención y les animo, por supuesto, a hacerse con su ejemplar.

Photo by Miguel Pedroso on Pexels.com

¿Cree usted en Dios? (En caso negativo, indicar la teoría que más le seduce en cuanto al posible origen de la Creación. En caso afirmativo, indicar si cree usted simplemente en un Dios-Creador, o si cree que ese Dios es también personal, es decir, relacionado de alguna manera con el hombre y con nuestra conciencia individual.)

Sí, creo en Dios. En singular, pues solo hay un Dios, aunque existan ídolos distintos a él, entes a los que los humanos divinizamos de alguna forma y rendimos culto (idolatría), como la salud, el dinero, el prestigio y tantos otros.

Aunque sea indemostrable, la hipótesis de la existencia de Dios es, a mi juicio, la más razonable para explicar la existencia del universo, desde la complejidad biológica de una célula al inmenso y enigmático vacío del cosmos. Caben otras hipótesis, todas ellas igualmente indemostrables, pero en general menos plausibles. Análogamente, cuando observamos formas de suelas de zapatos en el barro de un camino, alguien puede sostener que se trata de formas azarosas creadas por el agua y el viento, pero la mayoría considerará poco plausible esta hipótesis y creerá que alguien ha pasado por allí, aunque lleve horas esperando y no haya visto a nadie. Incluso cuando se trate de formas desconocidas pero regulares y dispuestas de forma uniforme, difícilmente nos conformaremos con la hipótesis del azar y buscaremos que ser vivo o qué tipo de fenómeno físico ha producido aquello. El universo en cualquiera de sus escalas se halla repleto de huellas de Dios, aunque algunos sigan pensando que todo es fruto de una desordenada sucesión de casualidades.

Photo by Pixabay on Pexels.com

Pero creer en Dios es algo más que sostener la razonabilidad de una hipótesis, como la de la existencia de universos paralelos o la suposición de que vivimos en una simulación al estilo de la trilogía cinematográfica The Matrix (1999-2003). Creer en un sentido religioso implica una creencia que transforma la vida del creyente, que lo convierte. Es por ello por lo que la fe no es tanto un proceso intelectual como una vivencia personal, una experiencia, a menudo originada de forma puntual por un acontecimiento crítico, que provoca esa conversión que, más adelante, da lugar a la creencia en un plano más intelectual. Diría que, por lo general, uno no se da cuenta de la existencia de Dios y se vuelve religioso, sino que al ser objeto de una experiencia espiritual llega a la conclusión de que lo que experimenta supone que debe existir Dios.

En este sentido, creer en Dios es en cierta forma equivalente a experimentar a Dios. Ello supone que Dios se nos presenta como un alguien, no como un algo. Dios es Otro, diferente de nosotros y de los demás, pero con quien interactuamos. Esa experiencia conforma la religiosidad humana. La mera creencia en un Dios creador o en el gran arquitecto del universo es una hipótesis atractiva intelectualmente, pero es espiritualmente vacía, no es una fe ni supone una experiencia religiosa en el sujeto.

Evidentemente, esto tiene importantes consecuencias. La primera de ellas es que, si experimentamos de alguna forma esa otredad de Dios, ello quiere decir que sigue presente y, de alguna manera, interviene en la historia humana. Dios nunca se ha desentendido de nosotros, sino que ha creado en el ser humano una cierta ansiedad de trascendencia, una agitación interior que solo logra apaciguarse precisamente ante la presencia divina en determinados momentos y espacios, que son los que definen aquello que denominamos sagrado. La segunda consecuencia es que esa búsqueda y ese retorno a Dios, que se produce en mayor o menor medida en esta vida terrena y que culminará tras superar la barrera de la muerte, ofrece un nuevo sentido a la vida humana. Vivimos para algo, para un fin superior a nosotros, para participar de la inmensidad de nuestro creador.

¿Cree usted que hay algo en nosotros que sobrevive a la muerte corporal? (Alma inmortal, premio y castigo, eternidad.)

Photo by Rahul Pandit on Pexels.com

Que la muerte no es el final de nuestra existencia es algo hasta cierto punto lógico si asumimos la existencia de Dios como he defendido en la cuestión anterior. Dios no ha creado al ser humano como un entretenimiento, sino que ha pretendido una criatura a su imagen, en el sentido de crear un interlocutor, alguien en quien poder proyectar su amor y sentirse correspondido. En la medida que creamos esto, en que rechacemos la idea de que somos un juego de mesa divino para solaz de la corte celestial, es obvio que la muerte no puede tener la última palabra pues ello sumiría al ser humano en el sinsentido, en un devenir absurdo que resulta incompatible con la idea de un dios que ama a sus criaturas.

Creo, por tanto, que existe una eternidad en la que nos encontramos con Dios, si bien no puede descartarse que ese encuentro se vea frustrado por el rechazo del ser humano, asumiendo así una eternidad de espaldas al creador y a la plenitud de la existencia. El infierno sería, por tanto, una eternidad de desgarradora e insoportable insatisfacción. En este sentido, el juicio no sería tanto un proceso al estilo de los juicios humanos, sino más bien la confirmación de que podrán hallar a Dios aquellos que han creído en Él o, al menos, no lo han rechazado, no tanto en un sentido formal o intelectual, sino en el sentido de que han obrado pertinazmente en contra de su voluntad (Jn 3, 17-21).

¿Cree usted que Cristo era Dios? ¿En cualquier caso cómo sitúa el papel de Jesús de Nazareth en la historia del pensamiento y del hombre?

Como tantas otras, la divinidad de Cristo es una verdad de fe y que es difícil explicar o justificar racionalmente. Por otro lado, son pocas las personas que dudan de su historicidad, habida cuenta de los diferentes testimonios escritos, tanto cristianos como paganos. Lo cierto es, sin embargo, que Jesús de Nazaret fue en vida un personaje marginal que logró aglutinar un grupo de seguidores en la zona de Galilea pero que fue perdiendo empuje a medida que la gente dejó de ver en él al líder político anticolonial que pensaban que era. Al final, se arriesgó a predicar en Jerusalén criticando las autoridades religiosas del Templo y acabó ajusticiado como un vil criminal.

Sin embargo, fue en ese momento en el que comenzó todo. La noticia de su resurrección impulsó de nuevo a sus seguidores a relanzar su mensaje y a profundizar en sus palabras y sus acciones. Jesús estaba vivo y seguía con ellos en espíritu construyendo un Reino que nada tenía que ver con las estructuras de poder humanas. A partir de ahí, se inició un proceso de racionalización de lo que había ocurrido, un intento de explicar qué estaba ocurriendo con los cada vez más numerosos seguidores de Cristo y un esfuerzo por transmitir la experiencia de un grupo de hebreos a judíos mucho más helenizados y próximos culturalmente a los griegos y a otros paganos, cuyos referentes culturales eran muy diferentes de los de los seguidores del nazareno. Con el tiempo apareció la idea de la divinidad de Jesús y sus relaciones con el Dios hebreo, con el Padre. Y aparecieron diversas formas de entender esa naturaleza humana y divina de Cristo, muchas de ellas declaradas heréticas con el tiempo. La pregunta que subyace a todo ello, sin embargo, no es otra que pensar si es concebible que de la vida y muerte de un fracasado líder judío puede surgir una religión como el cristianismo, que llevó a miles de personas a sentirse fascinadas por la figura de Cristo hasta el punto de ser perseguidos y ajusticiados por no renunciar a esa nueva fe. Al igual que ocurrió en los primeros siglos del cristianismo, según como intentemos contestar a esta pregunta llegaremos fácilmente a dar por supuesto que Jesús no era un simple ser humano más.

¿Cree usted que el Concilio Vaticano II fue eficaz? En cualquier caso, ¿considera necesario algún tipo de renovación similar en la Iglesia Católica? 

Cuando en 1517 Lutero clavó sus famosas tesis en el portal de la Iglesia de Wittemberg posiblemente era factible pensar que existía una posibilidad de enderezar la situación en la Iglesia católica, pero al final triunfó la intransigencia por ambas partes y cuando llegó el Concilio de Trento, tarde, a partir de 1545, solo pudo certificar una ruptura más que consolidada.

Cuando en 1962 se inicia el Concilio Vaticano II la pretensión era llevar a cabo una actualización (aggiornamento) del papel de la Iglesia en un mundo agitado por las guerras mundiales, la amenaza nuclear y la industrialización y el consumismo. Es fácil criticar el concilio pensando que también se llegó tarde, pues su conclusión coincidió con una deserción en masa de millones de católicos hasta llegar al paisaje actual de iglesias semivacías. Muchas veces se oye aquello de que el Concilio pretendió abrir las puertas de la Iglesia para que entrara más gente y solo logró que la que había saliera de ella. Creo que esta apreciación es injusta, pues la actual secularización se había ya iniciado mucho antes y era difícil que un concilio la pudiera detener. Francamente, dudo mucho que la situación actual de la Iglesia fuera muy diferente si el Concilio no se hubiera celebrado. Creo que, con el tiempo, su importancia irá relativizándose.

Photo by Kai Pilger on Pexels.com

Todo ello no quiere decir que no considere importante que la Iglesia cambie y se adapte a los nuevos tiempos, evidentemente sin renunciar a lo que es nuclear de la fe cristiana ni a la idea de comunidad que peregrina unida. Otra cosa muy distinta es que los mecanismos tradicionales para ello, como los concilios o los sínodos, sirvan a ese fin. La realidad es que la Iglesia católica sigue instaurada en una estructura monárquica en la que un soberano y sus cortesanos son los que detentan un poder al que no están dispuestos a renunciar. Que la jerarquía eclesial se reúna consigo misma para decidir qué hacer no parece la forma más razonable de ejecutar grandes cambios, sobre todo cuando existe la sospecha de que es esa misma jerarquía la que obstaculiza la mayoría de los intentos de renovación.

¿A qué atribuye usted que la Iglesia española se vea perseguida periódicamente por una parte del pueblo español?

Aunque han existido persecuciones por causas diversas en momentos diferentes, actualmente no percibo que exista algún tipo de persecución hacia los creyentes más allá de algunas polémicas mediáticas de grupos muy concretos o ciertos miembros de la jerarquía. No creo equivocarme si digo que más del 80% de las personas de nuestro país viven como si la Iglesia no existiera, por mucho que les pese a algunos, que preferirían algún tipo de confrontación, aunque solo sirviera para hacer ver que están ahí.

¿En qué sentido cree usted que la ciencia, la técnica y la intercomunicación de los pueblos, influirán sobre lo que pueda restar del sentimiento religioso?

En un sentido estricto, no creo que vayan a tener una gran influencia. Vivimos en un mundo tecnificado y global en el que la religiosidad (término más adecuado y omnicomprensivo, a mi juicio, que el de sentimiento religioso) se ha mantenido en general, pese a la crisis de ciertas religiones institucionales y a la secularización general. Este proceso de secularización, que ha cambiado la forma como entendemos el mundo y las personas, tiene mucho que ver con el racionalismo y el conocimiento científico, pero los efectos que debía producir sobre la religiosidad ya se han producido.

Muy diferente es la aparición de una curiosa veneración por el conocimiento científico, que alimentaria la esperanza de que la humanidad puede lograr una salvación propia a partir de sus propios esfuerzos, llegando en algunos casos a pensar que la ciencia puede lograr la inmortalidad del ser humano, bien por su capacidad para mantener la vida de forma indefinida, bien por ser capaz de transferir la conciencia humana en algún tipo de soporte físico diferente al cuerpo humano. Son los defensores del transhumanismo o de los seres humanos mejorados con elementos electrónicos. Naturalmente, y sin perjuicio de la base científica que puede fundamentar tales posturas, en su conjunto no dejan de ser idolatrías que elevan a la ciencia y a la razón humana a la categoría de dioses.

En lo que se refiere a la influencia que puede tener la facilidad con la que contactamos con culturas distintas, sin duda ello aporta cambios en la religiosidad de un grupo al admitir posibles variantes o nuevos ritos y creencias exóticos que pueden gozar de mayor predicación en un momento dado. El eclecticismo actual que hallamos en no pocas personas que adaptan a una base más o menos cristiana creencias propias de otros cultos, como la admisión de la metempsicosis, o determinados ritos y prácticas ascéticas o de meditación, son un claro ejemplo de ello. Sin embargo, esta situación no es tan diferente de la convergencia de cultos y creencias que existían en el Imperio Romano en el siglo I de nuestra era. Que prácticas religiosas ajenas influyan en las grandes religiones del mundo es, hasta cierto punto, normal e incluso enriquecedor. Diferente es cuando la debilidad intrínseca de una religión se ve incapaz de detener un exceso de estas nuevas prácticas que pueden llevar a su propia destrucción. Algunas personas piensan que este es un peligro grave y real para el catolicismo hoy. Personalmente, no creo que los grandes peligros para el cristianismo europeo vengan por ahí.

Photo by Cosmin Paduraru on Pexels.com

¿Ha experimentado usted alguna vivencia (enfermedad física, trauma psíquico, sensación de peligro, rapto o iluminación, conocimiento de culturas exóticas, etcétera) que haya influido en su actual vivencia religiosa?

No. Sin duda puede haber momentos concretos en mi vida que han influido en mi vivencia religiosa, pero ninguno puede ser calificado de traumático o extraordinario. Diferente es, entiendo yo, experimentar una mayor intensidad de la experiencia religiosa en momentos cruciales, sin que estos se vivan de forma traumática. Pienso, por ejemplo, en el día de la muerte de mi padre y en algunos momentos en los que me resultaba más perceptible la cercanía de Dios. Aunque fuera un momento fuerte no deja de ser, en cierta forma, una experiencia religiosa desde lo cotidiano.

Considerando que estamos en una sociedad totalmente secularizada ¿cuáles cree que son las principales aportaciones de las raíces cristianas a la legislación o jurisprudencia vigente?

Siempre se ha dicho que Occidente se sustenta fundamentalmente a partir de tres pilares: la filosofía grecolatina, el derecho romano y la Biblia. El cristianismo es una religión que surge en Asia pero que tiene un especial desarrollo en Europa, sin duda porque el Imperio Romano favorece su expansión y consolidación, siendo fácil diferenciar aspectos particulares del cristianismo occidental del de las iglesias orientales. Es inevitable que una parte importante de estos aspectos que han acabado definiendo el catolicismo y las iglesias surgidas de la reforma protestante presenten también rasgos e influencias propios de la filosofía grecolatina y del derecho romano, además de otros aspectos de origen judío. Ejemplos de ello son el platonismo de san Agustín, la configuración del sacramento del matrimonio, la constitución de las primeras comunidades cristianas, eminentemente urbanas y que tomaban como modelo los collegia romanos, o la propia organización interna de la Iglesia con sus obispos, presbíteros y diáconos. Pero a medida que esa nueva Iglesia iba consolidándose en el Imperio y a lo largo de la Antigüedad Tardía, acabaría influyendo también en los ordenamientos jurídicos y en el orden social en innombrables aspectos y situaciones, hasta el punto de que hoy es difícil encontrar una institución jurídica que no guarde alguna conexión con las raíces cristianas.

En cualquier caso, si hubiera que destacar una aportación especialmente relevante del cristianismo en el ámbito del Derecho yo apuntaría al concepto de persona y de dignidad humana y, relacionados con ella, a los derechos humanos universales. Esta aportación es importante e innovadora en la medida que reconoce un valor absoluto a la persona, que no puede ser objeto de instrumentalización o transacción. No se permite dominar a otra persona o esclavizarla, ni siquiera con el consentimiento de esta. Esto último va ligado a al hecho de que la persona se conciba como la unidad de cuerpo y alma —o, si lo prefieren, cuerpo y mente— sin que uno predomine sobre el otro. Con ello, la doctrina cristiana rechaza el dualismo de raíces platónicas que defiende que la humanidad del individuo se halla en su conciencia, en su voluntad, y que su cuerpo no es más que un envoltorio necesario para moverse e interactuar en un entorno físico. Esa visión dual, que la Iglesia rechaza, se encuentra hoy muy presente en las normas que permiten o legalizan determinadas decisiones en las que la voluntad prevalece sobre el cuerpo como son el suicidio asistido, la eutanasia o la denominada ideología de género, en la que se hace prevalecer con todos los efectos jurídicos el género de la persona (entendido como aquello que su mente o su voluntad siente que es) por encima del sexo físico con el que ha nacido esa persona.

Por otra parte, el cristianismo deja patente que esta visión de la persona y su dignidad no proviene de una decisión humana actual, histórica ni de un suceso primordial hipotético, sino que es así porque así lo ha querido Dios y lo ha expresado en la creación. El ser humano no se ha dado a sí mismo la dignidad, sino que es consustancial a su existencia. Esta visión fundamentó en su momento la idea de que existe un derecho natural que surge de esa voluntad divina y al que las leyes humanas deben sujetarse. Aunque hoy cueste a muchos admitir ese origen, a partir de esta idea de fundamentaron los derechos humanos universales que hoy conocemos, así como la persecución y condena de los crímenes de lesa humanidad, aunque los que los cometieran fueran autoridades y funcionarios cumpliendo las leyes de su país, como ocurrió en los conocidos juicios de Nuremberg.

Comentarios cerrados

Regreso

Los seguidores del astuto criminal Flambeau están de enhorabuena. Este blog vuelve a retomar su actividad con nuevas propuestas y alguna sorpresa, que se irá desvelando en las próximas semanas.

La idea es potenciar contenidos originales y más centrados en el fenómeno religioso en un sentido amplio del término. Una de las novedades de esta nueva etapa es la de dedicar también un espacio para la reseña de libros, webs u otro tipo de recurso que creo que pueden interesar a los lectores de esta página.

Empezamos…

Photo by Mabel Amber on Pexels.com
Comentarios cerrados

La banalización de lo religioso

Entre las imágenes que se recordarán de las primeras semanas de 2021 tienen un lugar destacado las de Q-Shaman, uno de los asaltantes del Capitolio de Washington que, además de llevar un estrambótico casco de piel y cuernos de búfalo, lucía el torso unos tatuajes con simbología religiosa proveniente, según nos han explicado los expertos, de la mitología escandinava.

La imagen de Jake Angeli, su nombre real, me hizo pensar en la banalización de la simbología religiosa, fenómeno que a menudo encontramos en otros actos mucho más cotidianos e inocuos que asaltar un parlamento, como el de llevar un rosario a modo de collar o en otras posturas más extrañas. Esta banalización no es nueva y ya la hemos visto en otros ámbitos como un efecto más de la mercantilización de la cultura y el consumo de masas, y también tiene mucho que ver con el relativismo cultural, que poco a poco ha ido arrinconando los grandes ideales de belleza y de excelencia, para acabar fijando como culmen de la creatividad el hecho de burlarse de cualquier cosa.

Sin embargo, esta mercantilización del producto religioso, sea en forma de objetos decorativos o de terapias de mindfulness, nos muestra también que la religiosidad humana no es una etapa superada. A pesar de la entronización del materialismo, siguen siendo muchas las personas que, en algún momento de su vida, sienten una sacudida en lo más íntimo de su existencia, una sensación que suele ser de una inmensa soledad pero que, paradójicamente, parece presagiar también la presencia escondida de alguien mucho más grande.

Hace ya más de un siglo Rudolf Otto lo definía como el encuentro con lo sagrado, lo inefable que se sustrae de la razón y que permanece dentro del misterio. Cuando la persona se acerca a lo sagrado siente dos sensaciones aparentemente contrapuestas: la de terror y la de fascinación. Surge también ahí otra paradoja: se percibe una actitud de dependencia y sometimiento pero que, a su vez, es liberadora. Ese conocimiento que nos genera la presencia cercana del misterio acaba siendo aquello que los creyentes llamamos fe y que, en palabras de Kierkegaard, acaba suponiendo un auténtico salto al abismo.

El lector que alguna vez haya experimentado algo así reconocerá la necesidad inmediata de buscar un sentido a todo ello, de humanizar la experiencia para hacerla comprensible. El papel de las religiones tradicionales (cristianismo, islam, budismo etc.) no es otro que el de ofrecer sentido a estas vivencias a la vez que permiten amplificar la experiencia del misterio a partir de revelaciones y ritos, haciendo uso de símbolos y objetos sagrados. No debe sorprender, por tanto, que todo esto sea un asunto muy serio para los creyentes y, lógicamente, su banalización —tan frecuente hoy— les puede resultar ofensiva.

Desgraciadamente, la crisis que en nuestro entorno viven las religiones tradicionales —en nuestro caso la Iglesia católica— posiblemente también contribuya, aunque involuntariamente, a esta banalización. Las personas que han experimentado la presencia del misterio y que a raíz de ello buscan encontrar un sentido a lo vivido, pocas veces pueden tener un acceso fácil a unas religiones que hoy se encuentran excesivamente institucionalizadas y burocratizadas. Tal vez sea por ello por lo que tanta gente vea frustrada su inquietud espiritual y, al final, también esta se banalice y acaben corriendo el serio peligro de aterrizar en un salón de tatuajes imitando la estética superficial y ridícula de Q-Shaman.

Comentarios cerrados