Es asombroso contemplar como la avalancha de información apenas ya nos abruma. Nos hemos acostumbrado a ese ritmo vertiginoso que nos compele a decidir con excesiva precipitación. La inmediatez de la información requiere inmediatez en la opinión, sea en Twitter o en una reunión ejecutiva. Pero ¿no es esta una nueva y sutil forma de (auto)censurar(nos)?
Casi no hay tiempo para hablar pero lo poco que decimos se traslada a la velocidad de la luz y dejamos de controlar unas palabras que pasan a ser nuestras acusadoras. No hay tiempo para la reflexión. Nuestras decisiones adolecen de una miserable inanición. ¿Qué podemos esperar de ellas cuando precisamente ya no hay tiempo para esperar más?
Sin darnos cuenta hemos sido hechos esclavos de una urgencia imaginaria. Vivimos aterrorizados por el «ya pasó» que nos deja fuera de un juego que apenas se ha iniciado y termina ya. Cuanto más nos asusta el futuro, más parece que consumimos el presente de forma compulsiva. Todo fluye y es por ello que cada vez nos cuesta más mantener la mirada con un interlocutor y esperar un gesto de afecto o de aceptación. No somos capaces ya de entender que comunicar no es dialogar. Opinamos ante el mundo sin buscar un interlocutor, cayendo en un mero exhibicionismo narcisista de la palabra. Y al final queda el vacío. La palabra se desvanece sin la necesaria memoria del que la debería escuchar y con ello se derrumba nuestra cordura.
Buenos días.
Felicidades por el blog. Muy interesante. Por si fuera de tu interés no sé si conoces el libro Sobre el silencio en la Postmodernidad, Ed. Vivelibro, Madrid. https://ernestocapuani.wordpress.com/2017/12/06/recomendacion-literaria-por-si-os-apetece-leer-algo-estos-dias-de-vacaciones/
Un fuerte abrazo.
No lo conozco, pero le echaré un ojo. Muchas gracias por tu comentario y por la recomendación. Un abrazo