Las novedades tecnológicas no dejan de sorprendernos, para bien y para mal. Y de estas, pocas tienen tanta influencia como el teléfono móvil. En veinte años, el aparatito ha pasado de ser un objeto raro y al alcance de pocos, a ser un objeto de consumo corriente y una herramienta imprescindible para mucha gente. La conectividad continuada nos permite ser a muchos verdaderas oficinas ambulantes, recibiendo correos electrónicos al momento, gestionando cuentas bancarias, operando con administraciones públicas, etc., Tal es la multifuncionalidad del artefacto que hace que no necesitemos de su función primigenia, es decir, el teléfono móvil ha conseguido que casi sea innecesario hablar por teléfono.
Pero mi sorpresa más reciente tuvo lugar hace unas semanas, cuando en Barcelona se inauguró una feria llamada pomposamente, y no precisamente en catalán, Mobile World Congress. Entiéndaseme, no es que me sorprenda que los que viven del invento se organicen una feria, lo cual es perfectamente normal y razonable, como lo pueda ser una feria de máquinas empaquetadoras de verdura congelada. Lo que me sorprende es que tal evento fue noticia destacada en los periódicos digitales y en papel, en los noticiarios de la televisión y en las radios. A poco que uno piense en ello, es difícil no preguntarse si no habría noticias de mayor calado, de más interés para la ciudadanía que la concentración de fabricantes de móviles con ansias de generar beneficios en sus cuentas.
A bote pronto, yo diría que sí, que había otros temas a tratar de mayor relevancia. La propia crisis de gobernabilidad que vivimos en este país desde poco antes de Navidad, o la crisis de los refugiados, que no es tal crisis sino mero síntoma de la crisis moral de Europa, son solo dos ejemplos de asuntos que deberían dejar de lado la feria de teléfonos en cuestión. Creo que no habrá muchas dificultades para ponernos de acuerdo en ello. Pero cuando el acuerdo es tan amplio, suele suceder que en el fondo es la pregunta la que está mal formulada. Lo que deberíamos preguntarnos no es sobre los asuntos en sí, sino sobre el interés de la gente. Esta es la clave y lo que acaba decidiendo el contenido de los propios medios de comunicación: ¿quiere el lector o el televidente que le cuenten como está el patio político, ambiental, social, etc., o quiere que le expliquen la nueva versión del smartphone tal o las nuevas posibilidades de la domótica?
Alguien me dirá que el interés por la tecnología es algo imparable y que ya forma parte de nuestra forma de ver la sociedad y a nosotros mismos. Uno ya no se concibe sin el móvil, y empiezan a ser frecuentes los ataques de ansiedad al dejarlo olvidado en casa o en el coche. Los artefactos se adaptan a nosotros y nos facilitan la vida. Son, nos dicen en la feria, cada vez más inteligentes. No sé qué decirles. Yo miro el mio y me pregunto qué entenderán los feriantes y demás gurus por inteligencia. Mientras, sigo viendo en la televisión a los refugiados llamando a las puertas de Europa. Vamos, que lo de la inteligencia debe ser más bien un recurso del marketing.